¡Luces! ¡Ruido! ¡Velocidad! ¡Ruido! ¡Dolor!
¿Cuánto tiempo he dormido, y cuánto sin dormir? Como si un largo sueño de años me recorriese, sudo agitado. A mi alrededor, el mundo es vago, indefinido, esponjoso, aterciopelado; como rodeado de un mundo de telaraña gigantesca, sudo agitado. Empiezo a olvidar extrañas imágenes, a una velocidad dolorosa. Cuanto más olvido, más deprisa, temblando el mundo, sudo agitado.
Poco a poco empiezo a serenarme. Ese mundo, extraño y desquiciado que abandona mi cabeza, se va como una tonelada de peso. Poco a poco, me inunda el mundo ante mi. Extrañamente, estar en esta telaraña gigante, era tranquilizador. Aunque describirlo solamente como telaraña podría inducir a error. Las hebras se extendía, formando una caverna de infinitas paredes, infinitos techos, infinitos suelos... gruesos filamentos, en los que yo tendría el doble del espacio necesario para tumbarme, y más, que tras proyectarse largamente, se podía ver como en sus extremos se abrían como un racimo de látigos, o tal vez como flores con pétalos de seda, que eran a su vez, las hebras, pero más pequeñas, y si forzaba la mirada, podía ver como a su vez, estas tenían en sus extremos pequeños racimos de tentáculos, en idéntica distribución, y estaba seguro (sin verlo), de que el patrón continuaba hasta ser imposiblemente pequeño. Todo este mundo estaba en tensión constante, y si me movía, aunque fuese ligeramente, notaba como el suelo rebotaba, como la más sensible de las camas elásticas.
Me reía y saltaba. No sabía por qué ni cómo me había ido (¿me había ido?), ni cuánto tiempo, o para qué, pero había vuelto (¿me había ido?). Volvía a estar aquí (¿Yo?).
Iba de hebra en hebra, saltando, rebotando con alegría y gracia. Yo no podía notarlo, o igual sí, pero algunas hebras con las que yo no había interactuado, y de las cuales no veía el origen, se tensaban y destensaban, bailaban, como lo hacían aquellas en las que me iba apoyando.
Yo seguía feliz, cantando, bailando, riendo mientras saltaba por las telarañas. Pero aunque no podía dejar de saltar y reír, notaba como en mis entrañas, empezaba una inquietud, como un reloj en el pecho, en el que cada paso del segundero deja una aguja hincada en la carne. Pero seguí bailando y riendo (¿Yo?).
Mi angustia crecía, y yo no podía verla, pero sabía como una imponente araña había aparecido sigilosa y taimada tras de mi. Era enorme, la palabra monolítica no le haría justicia. Llena de pelo púrpura, me miraba fijamente con sus 9 ojos (¿9?), mientras abría y cerraba sus fauces en forma de pinza. Un líquido transparente y mal oliente goteaba de su boca, mientras yo seguía sin percatarme (¿Yo?). Seguía bailando y riendo.
Rápidamente, la araña me envolvió en su red.
No dejaba de reir, saltar y bailar, cada vez con más demencia, mientras la telaraña me iba atrapando. Podía ver cómo no era más que un capullo de seda, que la araña transportaba hacia su nido en sus fauces, mientras se movía con gracilidad.
Ahora todo lo que veía era el interior del capullo. Y mientras notaba como agitaba mi cuerpo de camino a su madriguera, me reía, y me reía, y me reía, con más demencia cada vez, su cave. Me reía, me reía, ME REÍA, ¡¡ME REÍA!!
HAHAHAHAHAAHAHAHAAHAHAHAHAAHAHAHAAHAHAHAHAHAHAHAAHAHAHAHAHA