El sol es tan agotador. Por más que camino y camino, el horizonte nunca deja de expandirse, y cada vez soy más pequeño. El universo, vacío, amenaza con consumirme, y hacer que mis huesos se vuelvan blanquecino polvo, comida para la arena.
Corono el zigurat antes de verlo. Me siento poderoso. El cielo nocturno, cambia de color, vibra y muta, y desprende un calor. Soy el Rey-Dios, el mundo es mío, y ahora que es así no pienso soltarlo.
Pero algo frío y negro sube por mis pies. Es líquido. Ahora son cientos de ratas hasta mis rodillas.
Me giro, y veo al sacerdote saliendo del interior del zigurat.
Su cabeza de momia, coronada por plumas y oro, va moviéndose adelante y atrás, como una muñeca rota, con el pausado y tambaleante caminar del sacerdote.
Su mano derecha alza el cuchillo, y las ratas empiezan a entrar por mi boca y mis orejas, mientras el cielo, de un verde oscuro y sucio, manchado de negro, se derrite.
Intento gritar, pero las ratas me han cubierto por completo. Solo mis ojos escapan, y veo como el sacerdote baja velozmente el cuchillo, dispuesto a sacrificarme.
Antes de que baje el cuchillo, las ratas me cubren por completo, y todo es negrura. Todo desaparece.
Y entonces, recuperé la consciencia. O la perdí.
¡Ratas, ratas, ratas! Cientos, miles, millones de ellas, y cada una de ellas es una vida...
ResponderEliminarHachechan estuvo aquí.
Drácula, de Bram Stroker.
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