Історія Чайник

domingo, 20 de diciembre de 2015

Diario de Bitácora. Día 1800

¡Luces! ¡Ruido! ¡Velocidad! ¡Ruido! ¡Dolor!

  ¿Cuánto tiempo he dormido, y cuánto sin dormir? Como si un largo sueño de años me recorriese, sudo agitado. A mi alrededor, el mundo es vago, indefinido, esponjoso, aterciopelado; como rodeado de un mundo de telaraña gigantesca, sudo agitado. Empiezo a olvidar extrañas imágenes, a una velocidad dolorosa. Cuanto más olvido, más deprisa, temblando el mundo, sudo agitado.

  Poco a poco empiezo a serenarme. Ese mundo, extraño y desquiciado que abandona mi cabeza, se va como una tonelada de peso. Poco a poco, me inunda el mundo ante mi. Extrañamente, estar en esta telaraña gigante, era tranquilizador. Aunque describirlo solamente como telaraña podría inducir a error. Las hebras se extendía, formando una caverna de infinitas paredes, infinitos techos, infinitos suelos... gruesos filamentos, en los que yo tendría el doble del espacio necesario para tumbarme, y más, que tras proyectarse largamente, se podía ver como en sus extremos se abrían como un racimo de látigos, o tal vez como flores con pétalos de seda, que eran a su vez, las hebras, pero más pequeñas, y si forzaba la mirada, podía ver como a su vez, estas tenían en sus extremos pequeños racimos de tentáculos, en idéntica distribución, y estaba seguro (sin verlo), de que el patrón continuaba hasta ser imposiblemente pequeño. Todo este mundo estaba en tensión constante, y si me movía, aunque fuese ligeramente, notaba como el suelo rebotaba, como la más sensible de las camas elásticas.

  Me reía y saltaba. No sabía por qué ni cómo me había ido (¿me había ido?), ni cuánto tiempo, o para qué, pero había vuelto (¿me había ido?). Volvía a estar aquí (¿Yo?).

  Iba de hebra en hebra, saltando, rebotando con alegría y gracia. Yo no podía notarlo, o igual sí, pero algunas hebras con las que yo no había interactuado, y de las cuales no veía el origen, se tensaban y destensaban, bailaban, como lo hacían aquellas en las que me iba apoyando.

  Yo seguía feliz, cantando, bailando, riendo mientras saltaba por las telarañas. Pero aunque no podía dejar de saltar y reír, notaba como en mis entrañas, empezaba una inquietud, como un reloj en el pecho, en el que cada paso del segundero deja una aguja hincada en la carne. Pero seguí bailando y riendo (¿Yo?).

  Mi angustia crecía, y yo no podía verla, pero sabía como una imponente araña había aparecido sigilosa y taimada tras de mi. Era enorme, la palabra monolítica no le haría justicia. Llena de pelo púrpura, me miraba fijamente con sus 9 ojos (¿9?), mientras abría y cerraba sus fauces en forma de pinza. Un líquido transparente y mal oliente goteaba de su boca, mientras yo seguía sin percatarme (¿Yo?). Seguía bailando y riendo. 

    Rápidamente, la araña me envolvió en su red.

  No dejaba de reir, saltar y bailar, cada vez con más demencia, mientras la telaraña me iba atrapando. Podía ver cómo no era más que un capullo de seda, que la araña transportaba hacia su nido en sus fauces, mientras se movía con gracilidad.

  Ahora todo lo que veía era el interior del capullo. Y mientras notaba como agitaba mi cuerpo de camino a su madriguera, me reía, y me reía, y me reía, con más demencia cada vez, su cave. Me reía, me reía, ME REÍA, ¡¡ME REÍA!!

HAHAHAHAHAAHAHAHAAHAHAHAHAAHAHAHAAHAHAHAHAHAHAHAAHAHAHAHAHA

domingo, 23 de enero de 2011

sábado, 22 de enero de 2011

Diario de Bitácora. Día 7.

Trotaba sobre los adoquines.
Tarareaba aquella canción que no era capaz de escuchar, mientras saltaba hacia la fuente.
Allí estaba. Pequeña, sencilla, y realmente bella.
Parecía más antigua aun que la plaza, presidiéndola desde el centro.
Mi pequeña mano (¿Cuántos años tenía? ¿cinco años?) jugaba con el agua, bailaba con las hondes, disfrutando de como el agua respondía a mi más leve movimiento.
Sin aviso, pero de forma gradual, el agua se volvió negra como petroleo, pero sin perder su ligereza y suavidad, o incluso aumentándola. Asustado saqué la mano, y sin atreverme a darme la vuelta, empecé a alejarme. El agua manaba con fuerza formando una espuma marmórea y sorprendentemente blanca.
Me di la vuelta y corrí, huyendo del agua, huyendo del terror líquido que salía de la fuente.
La fuente rebosaba y la plaza comenzaba a llenarse de agua.
Cuando llegué al borde de la plaza solo encontré un muro de piedra.
Era como si la plaza se hubiera hundido, o como si el resto del mundo se hubiera alzado dejando la plaza atrás.
Aporreaba la pared, sin saber qué hacer.
Entonces me giré. El agua no se levantaba ni un palmo, pero se acercaba inexorablemente hacia mi.
Cuando el agua me rozó no pude evitar gritar. Entonces, una carcajada cayó sobre mi.
Alcé la mirada, y vi, como al borde del abismo había una serie de gradas, una especia de butacas, ocupadas por risueños y deformes espectadores, que se mofaban de mi terror.
Quise gritarles para pedirles ayuda, pero en mi garganta solo florecían quedos llantos y gritos de desespero.
El nivel del agua continuó creciendo.

miércoles, 19 de enero de 2011

Diario de Bitácora. Día 7. Prólogo.

Conducía aquella pequeña caravana. Yo nunca había sabido conducir, pero la conducía con soltura y acierto.
Yo nunca había sabido conducir, pero conducía aquella caravana (aquella pequeña caravana), con soltura, y con acierto.
¿Y qué me esperaba adelante?
Solo el Sol, y el mañana.

http://www.youtube.com/watch?v=Zpzz9-qW1q0

domingo, 16 de enero de 2011

Diario de Bitácora. Día 6.

Estaba corriendo y feliz. Rodeado de verde por todas partes. El mundo parecía manar virgen, y los animales se acercaban extrañados, pero tranquilos, ante la presencia del extraño animal, de extraña piel. Yo andaba gozoso, y no pensaba en nada, solo reía.
Tuve el impulso de desnudarme, pero lo ignoré.
Continué andando, hasta que escuché una especie de alarido. Me aproximé corriendo, y cuando estaba cerca, me asomé al foco, oculto entre los arbusto.
Asomado pude observar dos cuerpos desnudos, frotándose dementemente en la práctica del coito. No podía (¿no quería?) dejar de mirar.
No se cuanto rato tardaron, pero si recuerdo el desgarrador grito a dos voces que fracturó el cielo mientras se arqueaban.
Entonces me sentí capaz de acercarme. Sin embargo, quise darles unos minutos a solas.
Resultaban tan inocentes, agazapados, desnudos, puros, como animales salvajes, como todo allí.
Entonces me manifesté ante ellos. Pensé que se asustarían y huirían, o tal vez, que consumidos por el pavor me atacarían.
Sin embargo, cuando me aproximé a ellos, con mis ropas de colores tan poco naturales, con mis pies de plástico y tela, y mi cara de pasta y cristal, a pesar de no poder evitar asustarse, rápidamente me di cuenta de que rebosaban amor, y que el miedo, o el odio, no eran cosas que pudieran entender. Me arrebataron las gafas sin preguntar, y quisieron quitarme más ropa. Sin saber cómo se quitaban esas complejas pieles, se detuvieron, esperando que les entendiera, y les entendí. No sin costarme un poco, me desnudé. Allí estábamos, los tres, solos en el Paraíso.
Al principio fue difícil, aunque todo era tan esperanzado...
Ellos, de alguna forma se comunicaban sin hablar, y se entendían perfectamente. Conmigo, en cambio, era caótico y difícil. Sin embargo, poco a poco conseguimos entendernos.
Costó meses. Pero tras... ¿Cuántas noches? No importa. El caso es que nos entendíamos.
Recuerdo cuando fue. Fue la mañana después de que Eva se me entregara. Si, he olvidado deciros que les puse nombre. Nunca los usaba, pero al principio me resultaba extraño imaginármelos sin nombre. Adán y Eva, parecían los nombres obvios.
Rápidamente probamos el sexo también los tres juntos. No todo el rato, como pensaba que sería si pudiera, sino solo, de vez en cuando, cuando nos apetecía.
A veces solo mirábamos la naturaleza, fascinado por la belleza. Otras veces nos subíamos a los árboles, y dejábamos que el viento nos acariciaba. El tiempo pasaba sin necesidades y en paz.
Pronto me di cuenta de cómo les resultaba tan fácil conseguir lo que necesitaban sin herramientas. El mundo, respondía a nuestros estímulos, a nuestras necesidades. Si deseábamos una manzana, prontamente el árbol más cercano dejaba al alcance una rama llena de manzanas que no habían estado antes ahí. Y así con todo. No comíamos carne. Nunca matábamos. Creo que interpreté que esa era la única regla, aunque no estaba claro. Era muy distinto cómo pensaba cuando llegué, a cómo fue quedando mi mente.
Todas las tardes disfrutábamos del Sol. Todas las tardes disfrutábamos del ocaso. Todas las tardes disfrutábamos del mar. Todas las tardes disfrutábamos.
Y olvidábamos el dolor. Olvidamos todo lo malo. Olvidé. Dejé de darme cuenta, pero olvidé.
Un día, no sabía qué hacer. Me encontraba ante un mundo finito, vacío, y sin trascurso de tiempo. ¿Qué podía hacer?
Adán y Eva no parecían tener ese problema. Pero… ¿Cuánto tiempo llevaban allí? ¿Un año? ¿Diez? ¿Desde siempre? ¿Desde cuándo?
Empecé a no comer. Y parecía que no importaba. Mi cuerpo no lo necesitaba. Adán y Eva no lo entendían. Creo que era la primera vez que veían algo parecido a la tristeza. No tenían forma de entenderlo.
Una cueva se abrió en la montaña y me introduje dentro. No salí, no sé en cuento tiempo.
¿Por qué iba a salir? ¿Para qué?
Un día afile una piedra. Solo tuve que desearlo. Decidí probar si podía violar la norma, decidí acabar mi tedio.
Pero cambié de idea.
Había afilado la piedra. Solo con desearlo.
Me concentré, y la se convirtió en un paquete de tabaco. Cogí un cigarro. Al ponerlo en mi boca lo pensé, y se encendió. Apareció a mi lado una botella de vodka. Di un trago, y desapareció.
Era el jodido Dios.
Salí levitando sobre a tres metros del suelo, destruyendo la montaña. Me había creado ropa nueva y tenía la mayor sonrisa de gilipollas que haya existido. Me encantaba ese mundo. Adán y Eva se alegraron de verme, sin embargo, estaban asustados, notaban algo distinto. Les eché el humo en la cara, y no pudieron evitar toser compulsivamente. Me miraron implorando. Sus caras decían “¿Por qué nos haces esto?”.

- ¡Basta! Se acabó este silencio. A partir de hoy hablareis.

Ellos pusieron hondas expresiones de dolor, cuando su mueca se convirtió en un alarido. Ellos no entendían qué les ocurría. Ellos, que no conocían el lenguaje, eran protohombres, primarios, infantiles, poco más que animales capaces de organizarse. De repente les di la razón. Esa era la diferencia entre ellos y yo. Era un dolor que no sabían sentir.
Aunque no habrían sabido sentir ningún dolor en realidad. Ignoraban el dolor. Ellos, no eran humanos. Por eso ellos solo sabían saciar lo más primario con su mente, y yo podía manipular su mundo a la perfección. Eran felices. Bueno, ya no.
- A partir de hoy cambiará todo aquí. ¿ Entendido?
Me miraron suplicantes.
- ¿¡Entendido!?
- Si… amo.

Pronto dejé de acordarme siquiera de ellos. Me hice a la altura de las nubes un enorme piso de cristal, y me paseaba por él cambiando el mundo aquí y allá.
Pronto me aburrí, y empecé a destruir zonas. A quemarlas. A llenarlas de humo y ceniza, solo por hacerlo, mientras fumaba como no lo había hecho en mi vida (nunca imaginé que el tabaco gratis fuera tan peligroso).
Abajo, Adán y Eva no volvieron a ser felices. No como lo habían sido antes. Poco a poco habían empezado a tener razón, habían empezado a avergonzarse. Habían matado a los primeros animales para vestirse. Habían, dementes y avergonzados, probado la carne, y robado el fuego. Habían sufrido.
Y habían pensado. Y se habían hecho preguntas que nunca se habían hecho. Y habían empezado a no desear verse más. A aburrirse el uno del otro, y a odiarse. Habían empezado a odiar. Pero empezaron a sentirse solos, y volvieron a necesitarse, y empezaron a amar.
Yo tiempo atrás, me había dado cuenta, de que cuanto más manipulaba el mundo, mejor sabía hacerlo, y mayor era mi compenetración con él, y poco a poco, había empezado a saber todo lo que pasaba en él. Sabía todo lo que les ocurría, y sentí cargo de conciencia. Aparecí ante ellos, pero andando, y desnudo, como ellos me habían conocido. Ellos se sorprendieron, ahora eran ellos los vestidos, y yo el desnudo.
- Chicos… veréis… no tienen por qué ser así las cosas… yo tampoco quería que fueran así… pero… bueno… vosotros no podríais entenderlo…
Yo me sentía abrumado por su silencio, muy distinto al inocente silencio de antes, dónde no existía el habla. Un silencio que era miedo, rencor y odio. Un silencio que solo un loco confundiría con amor. Quise impresionarles. Volver a ser los de siempre. No podía darme cuenta de que era imposible.
- Mmm… mirad, chicos. ¡No tenéis que matar para vestiros! –señalé el suelo, y creció una planta de algodón. Cogí una flor, y concentrándome, se transformó en un pantalón.
En realidad, ¡ni siquiera tenéis que vestiros!
Y el pantalón se convirtió en miles de pájaros que volaron libres.
Ellos quedaron fascinados. Se desnudaron, y entre risas se acercaron a mí. Durante esa tarde, volvió a ser como en los viejos tiempos. Esa noche les enseñé el vino, y los tres follamos hasta dios sabe cuándo.
Me desperté antes que ellos. Aún era de noche. Me encendí un cigarrillo, y los miré. ¿Cómo podía haber vuelto a eso? ¿A ese tedio?
Volé a mi ciudad de cristal en las nubes. Tenía que pensar.
Ellos se despertaron, y sintieron algo de tristeza en no verme, pero pensaron en lo aprendido. De pensar, empezaron a darse cuenta de que ellos seguían pudiendo manipular el mundo como antes, pero ahora, cada vez, con más exactitud. Rescataron las ropas con las que llegara, y como pudieron, se vistieron con ellas. Entonces dejaron de matar, y volvieron a ser felices, aprendiendo a usar su mundo como yo. Eso pensaron. Pero había dos cosas que no sabían: yo los había convertido en seres incapaces de ser felices, y yo no había hecho mi última mezquindad en ese mundo.
Me di cuenta. Me di cuenta de que intentaban ser como yo. Intentaban tener mi poder. Sin ambición, solo porque podían, solo por aprender. Pero yo sentí miedo. Por otro parte, me había dado cuenta de que ser dios empezaba a aburrirme: yo aún no me había dado cuenta de la infelicidad inherente a nuestra situación. Así pues, casi no necesité escusa, pero cuando descubrí lo que estaban aprendiendo, entré en cólera. La casa de Cristal estalló, de forma que pudo oírse en todo ese pequeño mundo. Ellos asustados miraron al cielo. Temieron mi ira. Los trozos de cristal cayeron sobre ellos. Los protegí para que no sufrieran daños… graves. Pero dejé que el cristal acariciara su piel por aquí y por allá, pequeños cortes.
El cristal se congregó tras de mí, en dos criaturas, y empezó a brillar y arder, hermoso como el infinito, derritiéndose, y solidificándose a cada instante, estando envuelto en llamas y dejando de estarlo, pero manteniendo siempre la misma forma. Ellos lloraron y se arrodillaron.
No recuerdo qué les dije, ni si les dije algo, y no recuerdo que dijeron. Pero recuerdo, qué dijeron sus caras, y recordé cuando había llegado. Me di cuenta de todo lo ocurrido. Me di cuenta de que ya era tarde. Ninguno podríamos volver a ser los mismos. Empecé por quemar los cielos, y todo se llenó de humo y naranja. Pronto las tierras se pudrieron, y los mares se tiñeron de negro. El mundo empezó a resquebrajarse, y en pocos segundos, yo flotaba en un negro vacío. Ellos, sin embargo, cayeron y cayeron.
Volví a encontrarme en la nada, y yo me lo había buscado. Lloré y pataleé, y en mi cabeza les pedí perdón, a ellos, y su mundo, una y otra vez, por haber entrado sin llamar, por haber acabado con todo.
Sudando, desperté.
http://www.youtube.com/watch?v=Sq07EaPsH5s

sábado, 15 de enero de 2011

Diario de Bitácora. Día 6. Prólogo.

Desperté, aunque no estaba seguro.
Me levanté de la cama, y todo estaba como quieto, y calmo, aunque sentía que bajo esa piel se ocultaba un perverso y frenético bullir.
La ducha me arrancó poco a poco mi identidad, mientras intentaba recordar quién era.
Mis pasos andaron por encima de otros mil pasos, o dos mil. Pero nadie paró su mirada, ni posó sus anhelos.
Las gentes andaban como engranajes, y yo, que temo a los zombis, temía que me mordieran.
Me encontré entonces en un establo, rodeado de semejantes, pero de mirada vidriosa, que miraban babeantes al pastor.
Las horas se sucedieron en idéntica naturaleza y, no podría precisar cuánto tiempo después, me encontré en la cama.
Y desperté.

Diario de Bitácora. Día 5. Epílogo.

Lleno de ira y confusión, dejé de ser yo mismo.
De un solo grito quebré todos los astros celestes, y todo se redujo de nuevo al vacío.
Caí hacia arriba, y hacia abajo, y finalmente me encontré mecido en mis propios brazos, mientras mi yo colosal me cogía cual bebé, y cantaba nanas para dormirme.