Lleno de ira y confusión, dejé de ser yo mismo.
De un solo grito quebré todos los astros celestes, y todo se redujo de nuevo al vacío.
Caí hacia arriba, y hacia abajo, y finalmente me encontré mecido en mis propios brazos, mientras mi yo colosal me cogía cual bebé, y cantaba nanas para dormirme.
Freud lo habria vinculado a un evidente sindrome de Edipo.
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