Історія Чайник

lunes, 10 de enero de 2011

Diario de Bitácora. Día 5.

No estaba. O estaba en la nada. Creo que debe ser parecido. "Quizás lo mismo" pensé.
Suponía que oiría un goteo, como un metrónomo fantástico eterno y desquiciante proveniente de ninguna parte. Pero ni siquiera oí eso. No oí absolutamente nada.
Todo era negro. Sin embargo, yo me veía perfectamente iluminado, así como el espacio que se encontraba a medio metro de mi. Así pues, supuse que si no dejaba de moverme, acabaría alumbrando algo que me dijera dónde estaba, y cómo salir. Pronto dejé de moverme. ¿Pronto? En realidad no puedo precisar cuanto tardé. El absoluto silencio, y la homogeneidad del paisaje, hacía completamente imposible precisar cuanto rato pasó, pero recuerdo, que a pesar de la ineludible sensación de que no había pasado ni un segundo, mis piernas ardían sofocadas por el esfuerzo, y yo estaba empapado en sudor.
Pasé la noche quieto. Más bien, lo que decidí interpretar que era la noche, basándome en que tenía sueño. Sin embargo, no me atreví a dormirme. Más terrorífico que cualquier amenaza precisa era la falta de todas las certezas que otorgaba este lugar.
No se cuánto tiempo pasó. Una extraña bendición o maldición de aquel lugar hacía que no necesitaras comer (aunque tardases un tiempo en olvidar el hambre), ni dormir (aunque no quisieras olvidar el sueño).
De vez en cuando volvía a andar. Pero acabé por rendirme.
Pasaba las horas tirado en la negrura, preguntándome si uno podía morir allí, y cuánto tardaría en ocurrir (rezando para que no fuera mucho).
Según me rendía, notaba como la luz que parecía emanar de mi, se iba consumiendo.
Cuando ya casi reinaba una completa oscuridad, oí un golpe metálico, y una moneda danzando en lo alto.
Algo me golpeó la cabeza.
"¡¡Ay!!"
Sobre mi habían caído 25 centavos. Me costó reconocerlos, pero sin duda lo eran.
"Quarter Dollar" United States of America.
Primero fue la sensación de dolor, pero rápidamente, el reconocimiento de eso nuevo objeto. Me llené de esperanza. Volví a ponerme en pie, y volví a brillar, y a caminar, pero esta vez, cuanto más andaba, más brillaba, más decidido avanzaba.
No se cuándo, ni cómo se produjo el cambio, pues no me di cuenta, pero ya no me encontraba en aquel negro vacío, ni despedía luz alguna, sino que estaba rodeado de una densa niebla, casi como humo, que me impedía ver cualquier cosa.
Ante mi se descubrió un binocular, apostado en el suelo, de estos que te obligan a pagar para poder ver. Miré detenidamente en mi mano la moneda de 25 centavos.
La introduje y miré.
Se me heló la sangre, y el sudor frío corrió por mi espalda mientras notaba como se disipaba la niebla y podía ver cada vez mejor la esfera.
Ya sabía dónde estaba...

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